El acero proveniente del mineral de hierro no es conocida con exactitud. Aunque los primeros artefactos encontrados por arqueólogos datan del año 3.000 A. de C. en Egipto. Sin embargo, ya los griegos a través de un tratamiento térmico, endurecían armas de hierro hacia el 1.000 A. de C.
Ya partir del siglo XV apareció el acero propiamente como hoy lo conocemos, esto se dio gracias a que por esta época se empleaban hornos muchos más grandes para fundir el hierro; en la parte superior donde se fundía el hierro este formaba un acero forjado, y con el paso de los gases de estos hornos formaba un producto llamado arrabio el cuál se refinaba después para producir el acero.
Hoy en día los arquitectos realizan sus diseños contemplando el uso intensivo del acero, tratando de crear nuevas formas y lograr volúmenes a la vez caprichosos y funcionales. Toman las bondades del metal como un reto para su imaginación. Si algunas veces llegan al límite de la creatividad al proyectar y construir enormes rascacielos con el acero como material principal, en otras ocasiones deben recurrir al acero por necesidad, como en la construcción de enormes puentes requeridos para superar obstáculos naturales.
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